UNSEEN. Soledades no deseadas

Un sigiloso ladrón, que se cuela en casas vacías, irrumpirá en la casa de una pareja en crisis.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Unseen» que, con dirección de Jakop Ahlbom y dramaturgia de Judith Wendel, nosotros hemos podido ver en la Sala Verde de los Teatros del Canal, en Madrid.

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Quien más y quien menos llegará hasta este montaje coreográfico de la «Jakop Ahlbom Company» muy seguramente influenciado o atraído por la publicidad de la pieza que se vende como un trabajo inspirado en la película surcoreana «Hierro 3» de Kim Ki-Duk (Ganador, entre otros de Festivales como San Sebastián, Valladolid o Venecia). Tras ver la película y el presente ejercicio de danza y coreografías que componen «Unseen», nosotros podemos decir que, sin duda alguna, nos decantamos por el filme. «Obviamente», podría alguien pensar, «la película es el original y Unseen es solo una inspiración en la misma». Bueno, no es una cuestión solo de originalidad sino de carisma y la película de Kim Ki-Duk está investida de ese halo que no termina de reunir la propuesta de la compañía de los Países Bajos.

Lo que podemos ver sobre la escena es un ejercicio resultón, sí, en parte gracias a la escenografía de Marlies Schot, Douwe Hibma, pero con una fuerte dosis de candidez, de elementos que la convierten en algo tan blanco, tan ingenuo, que lastran el resultado. A su favor está el hecho de que el director surcoreano atraviesa su película de silencios y vacía la narración de diálogos, de explicaciones. Eso es algo que encontraremos en «Unseen» porque todo el trabajo se vertebra para la danza, para el cuerpo, antes que para la voz y el diálogo. Los personajes no hablan, solo cantan en un par de momentos de la función y no es especialmente atractivo el apartado musical pues no aporta nada al conjunto. Tampoco la música de Leonard Lucieer logra elevar que estamos viendo y, al contrario, la estela que deja es la de una monocromía.

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La sensación final resulta en una coreografía completamente repetitiva que progresa de manera errática y cuya poética se sostiene más en lo que ocurre en el interior de los protagonistas que en su exterior, por mucho que se subrayen diferentes momentos, de forma ciertamente machacona, para contarnos que la pareja está en crisis. Una crisis que probablemente tenga que ver con la muerte de un bebé o la imposibilidad de haber tenido hijos: de ahí esa imagen del pequeño triciclo que recorre las diferentes estancias de la casa a medida que el propio escenario se mueve.

Sin querer entrar en absurdas comparaciones con la cinta de Kim Ki-Duk, sí podemos reconocer que «Unseen» pierde fuelle a la hora de tratar de reflejar sentimientos o emociones más complejas que la soledad. Una cámara ayuda a entrar en la mirada de un personaje, por muy en silencio que éste se encuentre, pero la danza, que es el lenguaje empleado aquí, no logra ir más allá de un bosquejo de dos soledades no deseadas, de un malestar dentro de una relación de pareja ante un duelo. Así como en «Hierro 3» el maltrato de la pareja era más explícito, en «Unseen» sus idas y venidas con los tonos de drama y comedia nos despistan y nos llevan a juzgar desavenencias en la pareja, pero relacionadas con el hartazgo del uno hacia el otro. Hay un exceso de humor simplón, pazguato, descafeinado, poco o nada mordaz. El máximo exponente de este sentido del humor blanco y timorato se encuentra en esa escena en la que la mujer y el marido se fastidian el uno al otro con pequeños sabotajes cotidianos y ella le pone chinchetas en una silla en la que él va a sentarse o le ensucia las lentes de las gafas con mermelada del desayuno. Maldad nivel teletubbies ( y me atrevería a decir que, en los Teletubbies había, a veces, más mala leche). 

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Por un lado, es cierto que como ejercicio de danza, pese a su relato descafeinado, puede funcionar a vista de muchos dado que la historia retiene algunos destellos interesantes: véase la danza en la que la pareja parece volver a reconciliarse, hacer el amor y engendrar un bebé o el momento en que el visitante de la pareja acaba fundiéndose con las paredes de la casa.  De otro lado, nos sobran quiebros cercanos al gag, al slapstick que conducen la función hacia lugares un tanto torticeros, casi de viñeta de cómic.

La presencia del ladrón en «Unseen» dista de parecerse a la del visitante de casas vacías de Kim Ki-Duk. En la obra que vemos en los Teatros del Canal nos topamos con un personaje incompleto, poco trascendente, travieso y antojadizo antes que con un personaje con carga biográfica significativa que nos haga querer entenderlo. No funciona y su lugar en medio de la pareja queda desdibujado, desnortado, desubicado en toda regla.

Al salir de «Unseen» nos quedamos como estábamos. ¿Dónde se encontraba, en este montaje, la reflexión pertinente? ¿Dónde la empatía con sus personajes, el reconocimiento de un malestar genérico, transversal, que nos pudiese atravesar en la butaca?

Lo normal es que la amplitud de visión del ojo humano alcance los 180 grados. Fuera de ese alcance, lo demás permanece invisibilizado. ¿Es posible que esta obra tenga más de invisible que de visible? (El mismo título lo dice). Probablemente sí y nosotros no hayamos sabido reparar del todo en sus lugares ocultos.

UNSEEN

PUNTUACIÓN:  2 CABALLOS y 1 PONI (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de danza inspirada en el cine de Kim Ki-Duk

Se bajarán a este caballo: Quienes crean que Kim Ki-Duk es más que suficiente.

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FICHA ARTÍSTICA

Dirección: Jakop Ahlbom
Dramaturgia: Judith Wendel
Intérpretes: Jakop Ahlbom, Silke Hundertmark, Reinier Schimmel
Música y sonido: Leonard Lucieer
Escenografía: Marlies Schot, Douwe Hibma
Diseño de iluminación: Yuri Schreuders
Diseño de vestuario: Esmée Thomassen
Representante: Ysarca Art Promotions-Pilar de Yzaguirre

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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