LA MUJER ROTA. No se nace rota, se llega a estarlo

Una mujer, que se encuentra sola en la noche de Fin de año, mantiene un soliloquio consigo misma marcado por la pérdida de una hija y por el precario equilibrio con otras relaciones familiares.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La mujer rota» que, con texto de Simone de Beauvoir, dirigida por Heidi Steinhardt e interpretada por Anabel Alonso, nosotros pudimos ver en el Teatro Infanta Isabel, en Madrid.

¿Qué sucede cuando los lazos o los vínculos familiares se rompen? Este podría ser el sustrato del relato titulado «Monólogo» que forma parte del volumen de tres relatos («La edad de la discreción», «Monólogo» y «La mujer rota») publicado en 1968 bajo el título de «La mujer rota» dando nombre al conjunto. Detrás de la escritura de «La mujer rota» se encuentra Simone de Beauvoir quien se ocupa de componer un tríptico narrativo cuyos denominadores comunes son el estar narrados en primera persona, por mujeres y por la circunstancia temática de que todas ellas atraviesan profundas crisis vitales, afectivas e incluso diríamos existenciales. En la escritura de «Monólogo», que es el relato elegido para ser representado en escena en esta producción de LaZona, observaremos muchos de los ejes sobre los que pivotan las reflexiones de Beauvoir: el feminismo, el pensamiento existencialista y una exploración exhaustiva, intensa, de la psicología de la mujer.

Más allá de estas premisas que impregnan la obra de la escritora francesa, podemos rastrear en este relato el ejercicio de antropología con el que Beauvoir disecciona a la mujer de clase media que quedaría  definida por los roles familiares ejercidos o, lo que es más inquietante, no ejercidos. Es precisamente en el no ejercicio de ese rol familiar (madre y esposa, en el caso de «Monólogo») donde encontramos el descomunal vacío que deja ese espacio tras un vínculo que se ha quebrado y es irreparable (nótese, en este particular, la relación madre-hija). Toda esa dependencia afectiva manifiesta es el  síntoma visible de una estructura o esquema cultural que Beauvoir parece desear cuestionar y examinar (no en ese orden) conduciendo a la pregunta de por qué una mujer, en este caso una madre, se queda sin proyecto vital, aislada, a la intemperie, «rota», toda vez que sus lazos familiares se quiebran.

Estamos ante una frágil identidad construida sobre la base de un «darse al Otro» de modo que cuando ese «Otro» desaparece, la mujer pierde cualquier atisbo de identidad propia. De esto ya hablarían también autores como Pierre Bordieu (en «La dominación masculina», 1968), Michel Foucault (con su noción de «Biopolítica»: el cuerpo regulado por los discursos sociales) o Adrienne Rich («Of Woman born«, 1976), donde la autora aborda la maternidad en dos niveles: como experiencia o vivencia íntima y como institución (desde donde operarían el conjunto de normas, expectativas y estructuras sociales que regulan y limitan la experiencia de ser madre).

En el escenario del Teatro Infanta Isabel vemos a una magnífica Anabel Alonso metida, hasta los huesos, en el papel de una mujer que sucumbe en medio de la celebración de una Nochevieja que pondrá a prueba su estabilidad mental y el suelo que pisa. Una mujer atrapada, bajo la influencia de sus personalísimas circunstancias pues está divorciada, con pobres vínculos con el hijo que le queda vivo (pues otra hija que tenía se suicidó) y completamente desamparada frente a un mundo de relaciones que han saltado por los aires. Su lenguaje y sus aspavientos, estereotipados, repetitivos, obedecen también a un flujo de pensamiento interno caótico que se mueve entre la autocompasión y los reproches a terceros. Alonso, estupendamente dirigida por Steinhardt en este tour de force teatral, se va quebrando lentamente en escena y su figura parece dialogar, culturalmente, con un buen linaje de personajes femeninos que hemos visto en teatro, en cine o hemos podido encontrar en la literatura.

Hay ecos de su personaje que resuenan a una Emma Bovary de Flaubert cuando nos hace ver hasta qué punto también este personaje femenino de Beauvoir, como el de Flaubert, ha quedado completamente atrapado por los roles y las expectativas sociales y por una latente frustración vital que le lleva, en línea recta, hacia la absoluta desesperación. Imposible no ver a una Anna Karenina de Tolstói (pues Alonso encarna a una mujer que también camina en esa cuerda floja que oscila entre el deseo, el deber y el reconocimiento social) o a muchas de las protagonistas de Ingmar Bergman (muchas de ellas mujeres enfrentadas a la soledad y al duelo tanto como a la imposibilidad de sostenerse y de sostener lazos afectivos).

Anabel Alonso parece haber incorporado con prestancia y rigor la idea Sartreana que permea en la obra de Beauvoir, esa que nos sacude y nos remueve al soltarnos a la cara que el ser humano no tiene esencia previa y que primero existe y luego se define por sus actos. En esta obra de «La mujer rota», la estupenda interpretación de la actriz barakaldar se cimenta en la consciente «cosificación» del sí mismo puesto que el personaje actúa como si no tuviera libertad de elección (idea ésta expresada en el concepto sartreano de «mala fe»).

Alonso borda el papel al comprehender la psique y la corporalidad de alguien que ha quedado enredado en una espiral de reproches y resentimientos porque se ha convencido de que su vida es una foto fija desde la pérdida de su hija y gracias a la indiferencia de los demás, especialmente de quienes deberían alentarnos, arroparnos. No hay voluntad de retomar un proyecto vital propio y de asumir la libertad individual (algo en lo que muchas personas que atraviesan un duelo se quedan atrapadas) y, en menoscabo propio, la protagonista encuentra consuelo y refugio en la identidad de víctima y en la incesante repetición de reparto de culpas (antes que de responsabilidades). Beauvoir centró muchas de sus obras en premisas sartreanas y supo leer perfectamente el peligroso juego en el que caían muchas mujeres: el de apuntalarse en la prisión de las etiquetas o roles sociales dejando un espacio ínfimo a la capacidad de elección (muchas veces incluso auto invalidada).

Esa es la terrible carga que porta esta Sísifo que encarna con aplomo Alonso en «La mujer rota» y es también la magnitud del desaliento que comporta la travesía realizada por su personaje: ora víctima, ora victimario; ora autocompasiva, ora autodestructiva, pero con un destino final casi ineludible: el de la incapacidad de aceptar y gestionar la idea de que una, desde su libertad, siempre puede intentar rehacerse o reinventarse a sí misma. Parafraseando a Simone de Beauvoir, nos atreveríamos a decir algo así como que «no se nace rota, se llega a estarlo«. 

LA MUJER ROTA

PUNTUACIÓN:  4 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes quieran encontrarse con una estupenda interpretación y un texto acerado.

Se bajarán a este caballo: Quienes solo procuren lo veleidoso.

***

Ficha artística

LA MUJER ROTA
de Simone de Beauvoir

Dirección de Heidi Steinhardt
Interpretado por Anabel Alonso

Ayudante de dirección
Ana Barceló/Manuel de Durán

Escenografía y vestuario
Alessio Meloni

Diseño de iluminación
Rodrigo Ortega

Diseño de sonido
Mariano Marín

Producción ejecutiva
Jair Souza – Ferreira

Diseño gráfico
Javier Naval

Distribución
Julio Municio

Dirección de producción
Miguel Cuerdo

UNA PRODUCCIÓN DE LAZONA

***

Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

Síguenos en Facebook: https://www.facebook.com/www.mireinoporuncaballo.blog

Y en Instagram: https://www.instagram.com/mireinopor/

Deja un comentario