Una mujer mantiene un secreto que puede afectar a la vida y reputación de toda su familia. Este secreto parece a salvo hasta que alguien reaparece con intenciones de revelarlo y poner en jaque toda la estabilidad familiar que ella creía haber ido apuntalando.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Casa de muñecas» que, con texto original de Henrik Ibsen, adaptación de Eduardo Galán y dirección de Lautaro Perotti, nosotros pudimos ver en la Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez-Centro Cultural de la Villa, de Madrid.

Lo que supuso la obra de Ibsen, estrenada en 1879, no se le puede imputar en absoluto a ninguno de los experimentos o tributos que han aparecido y siguen (seguirán) apareciendo sobre las tablas. Decidir si lo que presentan Eduardo Galán y Lautaro Perotti es un tributo o un experimento escapa al análisis de esta crítica (pero, que no se entere nadie: nosotros pensamos que roza el experimento).
Con el sustrato de una de las obras cumbre del escritor noruego, asistimos a una función donde todos los personajes se nos hacen reconocibles en las formas, al mantener los mismos nombres que los originales, pero completamente ajenos en sus vicisitudes en una historia que resulta trasnochada por muy atemporal que Eduardo Galán haya pretendido ofrecerla.
La Nora de esta «Casa de muñecas» no vive en 1879 y aún así, descubrimos que se nos quiere transmitir que habrá de confrontar los mismos obstáculos: esos que se colocan en el empedrado y que impiden la emancipación femenina. Para un discurso feminista, que nos parece necesario y legítimo, las preguntas que nos hacemos son: ¿hacía falta echar mano de Ibsen para semejante lance? ¿Puede estar siendo empleado aquí Ibsen como clickbait para atraer a un público ya no feminista sino familiarizado con los grandes nombres del teatro Europeo?

El montaje agoniza por medio de una historia que tiene demasiadas hechuras de drama engolado. Las interpretaciones no nos suscitan un interés en su readaptación del clásico y el riesgo es próximo a cero. Tenemos, eso sí, nombres como el de María León, como protagonista, que sirven como excelente mecanismo de venta del montaje, pero hasta ahí. En escena, todo eso se desdibuja y la sensación que uno se lleva es la de artefacto descafeinado, la de ejercicio escénico polite atrapado en su propio error de cálculo: el de pensar que podríamos encontrar alguna sorpresa, alguna originalidad, alguna nueva reflexión para los tiempos que corren. Lo peor de esta «Casa de muñecas» es que da la sensación de función envejecida, rezagada al tiempo que habitamos.
La Nora que encarna María León no logra transmitir la angustia necesaria, no ya por dotes interpretativas, sino por una dirección que se queda a medio gas con un texto que no sabemos en qué momento se desarrolla. Entendemos que no es el siglo XIX, pero ¿ocurre la acción en los años treinta, en los años sesenta? No creemos que pase de los años setenta.
La obra de Ibsen pivota en torno a un episodio del pasado que puede hacer que todo el sistema familiar zozobre. Es este el principal conflicto alrededor del cual va a girar lo que vemos en escena: cuando el marido de Nora estuvo enfermo en el pasado, ella se tuvo que ocupar de obtener un préstamo para costear los gastos médicos. Ese crédito lo obtendría a través de un acto fraudulento al engañar a un hombre con la compra de una vivienda que nunca llegó a existir. Parece coherente que este hombre del pasado regrese a la vida de la familia para exigir ser resarcido. Estas cuestiones quedan bien apuntaladas porque forman parte del texto sólido escrito por Ibsen, para una época determinada, más concretamente una época en la que las mujeres tenían que depender del sueldo de sus maridos y no podían pedir préstamos sin la autorización de aquellos.
Con todo, si María León no alcanza la altura esperada, el listón baja todavía más en las demás interpretaciones (con excepción de Patxi Freytez que desarrolla de forma más satisfactoria el arco de su personaje).

Todo tiene el aspecto de melodrama con el interés justo y nos preguntamos todavía por qué esta adaptación de «Casa de Muñecas» donde no encaja el positivismo científico que iluminaría el siglo XIX, donde no cobran demasiado sentido los aspavientos de los valores burgueses más propios de otras épocas, donde la muerte que aqueja al Doctor Rank queda relativizada y dispersada, donde el tema de la dependencia económica de Nora de su marido también parece más un ejercicio deliberado que impuesto y donde el portazo final se nos presenta como un timorato anticlímax y bastante alejado del portazo que daría la primera de todas las Noras. Pero, como diría el propio Ibsen: «Cuando no se puede ser lo que se debe, se es lo que se puede.”
CASA DE MUÑECAS
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de adaptaciones un tanto trasnochadas.
Se bajarán a este caballo: Quienes encuentren debilidad en las interpretaciones del texto (adaptado).
Ficha artística
Autor: Henrik Ibsen
Adaptador: Eduardo Galán
Director: Lautaro Perotti
María León es Nora Helmer
Santi Marín es Osvaldo Helmer
Patxi Freytez es Oscar
Pepa Gracia es Cristina Linde
Alejandro Bruni es Doctor Rank
Diseño de escenografía y vestuario: Lua Quiroga
Diseño de iluminación: Luis García
Música original y espacio sonoro: Manu Solís
Ayudante de dirección: Juan Diego Vela
Diseño gráfico: Hawork Studio (Alberto Valle, Raquel Lobo y Sara Ruiz)
Fotografía de estudio: Juan Carlos Arévalo
Peluquería y maquillaje: Roberto Palacios
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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