EL ALCALDE DE ZALAMEA. La nobleza no reside en un blasón

La hija de Pedro Crespo, un campesino de la villa de Zalamea, ha sufrido una afrenta a manos de un capitán militar. Pedro, para quien el honor es muy importante, será nombrado alcalde de su pueblo y desde ese cargo tratará de buscar el equilibrio entre el sentido de la justicia y el resarcimiento personal por lo que le han hecho a su querida hija.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «El alcalde de Zalamea» que, escrita por Calderón de la barca, con versión y dirección de José Luis Alonso de Santos, nosotros hemos podido ver en la sala verde de los Teatros del Canal, en Madrid.

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Entre el público, al finalizar la función, en ese momento en el que se terminan los aplausos y algunas personas que han acudido en grupo comentan unas a otras, sottovoce, su opinión más o menos meditada de su primera impresión de lo que acaban de ver, varias mujeres de mediana edad murmuraban que, «al menos» el director se había ceñido a la obra y no había hecho «experimentos raros» como otras veces con un texto clásico. Una de las mujeres, además, sentenciaba: «porque yo ya he visto de todo». Venciendo nuestra tentación de entrometernos en esa conversación privada apelando a que nos revelase detalles de todo eso que había visto, podemos decir que nuestra apreciación del montaje, aunque no similar, sí se le acercaría dado que resulta interesante ver un texto clásico sin añadiduras posmodernas como apéndices que, a veces, podrían pasar por rémoras alimentándose de su hospedador hasta dejarlo exánime.

Alonso de Santos levanta en escena a un Calderón de la Barca meritorio, honesto y contemporáneo pese a ser un texto del siglo XVI (imitatio de un alcalde de Zalamea de Lope de Vega que se quedaría, a ojos de los críticos y estudiosos, un poco a medio cuajar).

En esta pieza tenemos elementos que le otorgan una fuerza importante a la trama y que sustentan, atravesándolo, todo el montaje. Calderón (en manos de Alonso de Santos) reflexiona sobre la idea de justicia. Debe esta quedar por encima de la idea de la ley. Una cosa es lo que dicten los preceptos escritos y otra lo que dictamine el alma zaherida. Tenemos, pues, ante nosotros a un Calderón conmovedor y conmovido contra las injusticias que, en este caso en particular, atañen a una joven (la hija del alcalde). Esto queda totalmente claro a medida que avanza la función y es en la escena del encuentro en el bosque entre el padre y su hija y en la escena posterior del encuentro entre el rey y el alcalde donde se apuntala la idea calderoniana de justicia por encima de la ley. La empresa es clara: el público debe abrazarse a la virtud, salir de la sala cuestionando a quienes deshonran, a quienes faltan al honor, a quienes creen que pueden salirse con la suya, vive Dios, como si nada. ¿Es esta obra didáctica, entonces? Sí y no tiene nada de malo.

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Debemos reconocerle el mérito a la propuesta por su sensibilidad con el universo femenino, con la idea de que violar a una mujer es algo execrable y condenable. El autor, que también fue soldado, aborda en el texto su profundo rechazo hacia un modelo de militar (y de hombre) que se aprovecha de su poder frente a los más vulnerables (los labriegos, la gente de los pueblos donde los soldados hacen parada en sus marchas hacia campos de batallas). La batalla que se escenifica aquí es la que se materializa contra los valores que son justos. La batalla del necio contra el virtuoso. Y en este cuerpo a cuerpo, Calderón condena a un modelo de soldado (la figura del Capitán y toda su tropa de seguidistas que, juntos, son quienes urden el rapto de la joven hija de Pedro Crespo) al tiempo que ensalza a otro tipo de militar (en este caso el que representa Don Lope de Figueroa que parece moverse en otras coordenadas pese a su rectitud y cabezonería). Con todo es la figura del rey, que hace acto de presencia al final de la historia, la que suscribe, con su aquiescencia y benevolencia, que lo que ha hecho el alcalde bien hecho está.

En el contexto histórico en el que se inscribe la obra, repleto de personajes que ven en la milicia un camino fácil para alejarse del duro trabajo del campo, en una España inmersa en guerras internas y externas, con una corte que da refugio a quienes tienen dinero para comprar títulos nobiliarios, la figura de Pedro Crespo, labrador que deviene en el alcalde de su villa, Zalamea, queda completamente significada como la de un hombre digno, vindicante del honor en su quintaesencia y con una nobleza, pardiez, miren lo que les decimos, más inalcanzable que aquella que tratan de ostentar los zutanillos limpiaculos que compran sus títulos al rey. La nobleza no reside en un blasón. Está en quienes luchan contra las impunidades. Contra los atropellos de los inviolables.

En términos generales, este montaje también es más que digno e interesante gracias, especialmente, a las interpretaciones que bordan Arturo Querejeta y Daniel Albaladejo en sus papeles de Pedro Crespo y Lope de Figueroa, respectivamente. Sus temperamentos quedan ampliamente retratados en su cristalización inspiradora de un sentido heroico y místico de la vida que, por suerte, va más allá de la brocha gorda del resto de los personajes que desfilan por escena sin mucho lucimiento. En particular, y pese a que entendemos que los personajes de Rebolledo y Chispa se corresponden con la escritura Calderoniana, debemos decir que nos apartan bastante de la trama sin aportar, particularmente la interpretación de Isabel Rodes, ese aliciente de picaresca o entremés que contiene su personaje femenino: una mujer acostumbrada a ser tachada de «fresca», retrato de alguien en quien los instintos primarios campan a sus anchas. Con todo, a esta presencia le falta garra y otros aspavientos capaces de dotar a su personaje de rudeza, de libertad sin que nos parezca, como en el caso que nos ocupa, ridículamente esbozada. Tampoco nos termina de atrapar, a nuestro pesar, el papel de Don Álvaro en manos de Javier Lara al que le falta una pizca de crueldad más sutil.

El alcalde de Zalamea

Puntos positivos para el diseño de vestuario y el diseño de escenografía. El vestuario, en manos de Elda Noriega, aunque sencillo, nos conduce al contexto histórico especialmente con las indumentarias de Lope de Figueroa y del Capitán, Don Álvaro. La escenografía, a cargo de Ricardo S. Cuerda, permite crear, sin muchas complicaciones, un juego interesante para evocar una plaza y unas casas de la villa de Zalamea así como un bosque a las afueras del pueblo.

Al bajar el telón, al hacerse el oscuro, habrá quien se pregunte si Pedro Crespo es tan honrado como parece (que una cosa es el honor y otra la honra) tras (alerta, spoiler) enviar a su hija, contra su voluntad, a un convento y a su hijo con los militares. Habrá quien se pregunte si el alcalde, en el fondo, acepta aquello de la nobleza de sangre (la que separa cargas para muchos y privilegios para unos pocos) y si ha actuado con ejemplaridad, al amparo del puesto que le otorga la alcaldía, o movido por la venganza por el hecho de ser padre.

Habrá quien se pregunte lo que sea, al final de la obra, y eso será bueno, muy bueno, porque es bien sabido que andamos bastante escasos de quienes se hacen preguntas. Bienvenido sea, pues, este tipo de teatro que despierta las preguntas.

 

EL ALCALDE DE ZALAMEA

PUNTUACIÓN:  3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes gusten de los clásicos «sin azúcares añadidos».

Se bajarán a este caballo: Quienes esperen encontrar un Calderón pos-modernista. Que haberlos haylos.

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Ficha artística

Autor: Calderón de la Barca
Dirección y versión: José Luis Alonso de Santos

Reparto:
Arturo Querejeta – Pedro Crespo
Daniel Albaladejo – Lope de Figueroa
Javier Lara – Don Álvaro
Adriana Ubani – Isabel
Jorge Basanta – Rebolledo
Isabel Rodes – Chispa
Andrés Picazo – Juan
Fran Cantos – Sargento / miembro del Concejo
Pablo Gallego Boutou – Rey / Soldado / Campesino
Jorge Mayor – Escribano / Soldado
Carmela Lloret – Inés
Jose Fernández – Soldado / miembro del Concejo / Guardia Real
Guillermo Calero – Soldado / Campesino
Daniel Saiz – Soldado / Campesino / Guardia Real
Alberto Conde – Soldado / Campesino


Dirección adjunta: Daniel Alonso de Santos
Diseño de escenografía: Ricardo S. Cuerda
Diseño de iluminación: Felipe Ramos (AAI)
Diseño vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Música original y espacio sonoro: Alberto Torres & Alberto Vela
Ayudante de dirección: Remedios Rodríguez
Ayudante de escenografía: Juanjo González
Ayudante de vestuario: Blanca Puente
Ingeniero de sonido: Carlo González
Realización de escenografía: Mambo decorados
Vestuario: Peris Costumes
Fotografías: MarcosGpunto
Diseño gráfico: Eva Ramón
Vídeo y teaser: Chicken Assemble Producciones
Regidor: Aitor Presa (ARE) / Pablo Garrido
Técnico iluminación: Carlos Barahona
Maquinista: Francisco Agudo / Daniel Higuera
Sastra: Isabel Turga
Becarias producción: Aranzazu Gordillo / Anabel Noriega
Comunicación y prensa: María Díaz
Jefa de producción: Tanya Riesgo
Dirección de producción: Carmen García y Graciela Huesca
Producción ejecutiva y distribución: GG Producción Escénica

Una producción de la Comunidad de Madrid para Teatros del Canal

Con el apoyo de Festival Iberoamericano del Siglo de Oro – Clásicos en Alcalá

Con la colaboración de Centro Cultural Eduardo Úrculo de Madrid y Centro Cultural Paco Rabal de la Comunidad de Madrid.

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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