Un joven abogado es enviado por su bufete a un recóndito paraje de Inglaterra para que se haga cargo de la venta de la casa de un cliente que ha fallecido. Nada de lo relacionado con la venta será sencillo desde el momento en que el joven abogado empiece a sentir la presencia de una mujer de negro en la casa y comience a descubrir, por parte de los habitantes del pueblo, rumores sobre la mencionada presencia fantasmal.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «La mujer de negro» que, partiendo de la novela de Susan Hill, con adaptación de Stephen Mallatratt, dirigida por Rebeca Valls e interpretada por Jordi Ballester y Diego Braguinsky, nosotros pudimos ver en el Teatro Fígaro, de Madrid.

Jugando con el refrán de «para quien tiene miedo, todo son ruidos«, podríamos decir que esta producción de «La mujer de negro» que hemos visto en el Teatro Fígaro ha sabido explotar tal premisa creando un espectáculo sencillo a la vez que efectivo y eficaz.
El cuento gótico de fantasmas que escribe la autora inglesa Susan Hill parece tener elementos de conexión con cuestiones más trascendentales que afectaron a la vida de la autora y que irían más allá de un género de fantasmas hasta recalar en el drama de la pérdida de un hijo. Hill perdió a su hija Imogen que nació prematura y fallecería a la edad de cinco semanas. Así pues, si uno analiza lo que se oculta bajo las capas de terror gótico de «La mujer de negro» no es difícil que se tope con un drama relacionado con el dolor de la pérdida. Pero lo que concitará la atención del público, hasta llegar a ese desenlace o conclusión, es el poderoso estilo de cuento tétrico o fábula oscura que posee la narración. Es este un estilo que parece más sencillo de obtener en la literatura o en el cine, pero no tanto en el teatro y, no obstante, los treinta y tres años que avalan la resistencia en cartel de la producción británica de «La mujer de negro» son suficiente garantía como para intuir que lo que podríamos encontrarnos en las tablas del Teatro Fígaro fuese, cuanto menos, aceptable. Nosotros, que íbamos con ciertas dudas, podemos asegurar que la dirección de Rebeca Valls con los actores está muy por encima de lo aceptable y próximo a lo meritorio.

Tal vez debamos señalar que la propuesta comienza de un modo algo frío, con un par de actores sobre un escenario con una escenografía sencilla y unos diálogos algo monótonos que causan cierta desconfianza inicial. Estamos ante un preámbulo de la historia al que le falta algo de fuelle y no ayuda la reiteración de los parlamentos del personaje que interpreta Diego Braguinsky tratando de leer, titubeante y monótono, un texto que su personaje ha escrito. Braguinsky interpreta a Arthur Kipps que ha contratado a un actor y director de teatro para que le ayude a contar al público una historia que le ocurrió en el pasado (Kipps es el abogado que vivió el encuentro con la mujer de negro). Ante el nerviosismo y falta de habilidades de Kipps para interpretar su historia, será el actor que ha contratado quien lo haga en un escenario en el que la sencillez escenográfica no estará reñida con lo sugerente, lo evocador. El actor contratado, así pues, tratará de interpretar el relato del manuscrito de Kipps en el que éste narra su viaje como abogado a un pueblo remoto de Inglaterra para tramitar la venta de una casa de uno de sus clientes ya fallecido. Todo este desarrollo inicial forma parte del preámbulo, de un prólogo algo carente de ritmo que, afortunadamente, quedará compensado con el posterior desarrollo de la historia.

Es ese desarrollo de la historia gótica y fantasmal la que nos atrapa especialmente gracias al talento de ambos actores para evocar con lo mínimo en escena. Unas sillas y una mesa se pueden convertir en un carruaje de caballos, una puerta nos traslada al interior o exterior de un viejo caserón victoriano, un juego de luces y humo/niebla, nos lleva a una zona pantanosa y de arenas movedizas, los sonidos de unos cascos de caballo, de unos golpes, de unos gritos, etcétera, sirven de complemento sencillo y elocuente a una historia que ambos actores saben narrar, evocar, contar con excelente oficio. La elocuencia de esta pieza está en su capacidad de asombrar. Y viceversa. Ballester es seductor, ejecuta a la perfección su rol del joven Kipps y posee una presencia y una voz que encajan, sin duda, con lo que la historia requiere. Maneja estupendamente el juego de las evocaciones, los tempos, la tensión y la dosificación del relato. Junto a él, Braguinsky, que interpreta varios roles en la historia, consigue engancharnos cuando abandona el papel de un Kipps envejecido y algo pusilánime. Lo más importante de esta historia, que en cine tuvo su película con un joven Daniel Radcliffe en el papel del abogado Kipps, es que el teatro puede convertirse en un lugar en el que funcione el género de las casas encantadas, la fábula gótica y hasta como espectadores, frente a unos medios muchísimo más modestos que los cinematográficos, lleguemos a sentir que el vello se eriza no solo ante la oscuridad de la sala sino con la evocación mediante la palabra.
El juego metateatral, que es el engranaje de esta adaptación de Mallatratt, cumple su cometido y en el Teatro Fígaro el dispositivo dramático que se pone a prueba, y funciona, es un dispositivo casi Borgiano dado que la palabra de los actores termina operando de forma asombrosa sobre la memoria y la imaginación de quienes estuvimos sentados en las butacas.
Debemos reconocerle a esta propuesta el mérito por la atmósfera conseguida, por el buen hacer de los actores en escena, por la capacidad de la dirección para ejecutar con buen pulso desde el menos es más y, por qué no, también debemos reconocer al público por ser capaz de hacer multiplicante, con su propia intuición e ingenio, todo el efecto de esta estupenda historia de fantasmas.
LA MUJER DE NEGRO
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes comprueben que en un teatro también se pueden poner los vellos de punta con historias de fantasmas.
Se bajarán a este caballo: Quienes, reacios al género de terror, estén dispuestos a perderse un estupendo trabajo.
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Ficha artística
Diego Braguinsky
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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