Tres historias tragicómicas quedan hilvanadas por la presencia de una osa polar mediante la que se pretende reflexionar sobre el cambio climático.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Polar» que, escrita y dirigida por Rulo Pardo, nosotros pudimos ver en la Sala Negra de los Teatros del Canal.

En una hora y media, más o menos, se desarrollan las tres historias que saltan al escenario en esta pieza sobre la que el autor, en los programas de mano, dice que es una reflexión que surge de:
«(…) atender a manifestaciones naturales cada vez más frecuentes en nuestros días. Las ciudades y superficies de tierra dominadas por la especie humana nunca están preparadas para escuchar la voz de la tierra cuando ruge, bien sea en forma de tsunamis, arrasando poblaciones, deshielo, inundaciones, terremotos, incendios, nunca estamos preparados».
Tras un alegato tan abstracto uno tiene siempre varias opciones: Opción 1): No creerse nada y dar por hecho que todo lo que el autor ha escrito en el programa de mano es solo una manera de atraer a espectadores que piquen en la carnaza poética y opción 2): picar el anzuelo para salir de la función con la boca abierta no precisamente por fascinación. En «Polar» nosotros caímos más en la opción dos. No aprendemos.
En el patio de butacas seremos espectadores de tres historias que pretenden estar unidas por un denominador común que, déjennos que les contemos, es más un desideratum del autor que el logro de una trama bien armada. Las tres historias son igual de poco o nada convincentes y resuenan como nueces vacías en su interior. En la primera historia estamos ante la conversación de una pareja (ya ex pareja), hombre y mujer, que conversan sobre el nuevo proyecto cinematográfico que él tiene entre manos. Ella, de vuelta de todo, le sugiere a él que no siga adelante con el proyecto pues parece abocado al fracaso. El proyecto se trata de una revisión de la película «Nueve semanas y media». En medio de esta conversación en la terraza del piso de ella, sucederá algo, hacia el final de la escena, que introducirá el denominador común del resto de las historias: la presencia de un/a oso/a polar. Cuando uno intenta comprender qué tiene de relevante esa primera historia o examina el texto y su escritura, encontrará, sin demasiado titubeo, que todo es tan banal que uno solo puede esperar que las historias que quedan por contar arreglen el desaguisado. (Spoiler: no lo arreglan). De la primera escena nosotros solo nos quedamos con la vis cómica de Natalia Hernández y de Secun de la Rosa que hacen lo que pueden con un texto absurdo y repleto de carencias. También nos quedamos con las ganas de volver a ver «Planet Terror«, la película de serie Z de Robert Rodríguez, dado que el personaje de Secun de la Rosa lleva puesta una camiseta roja con la portada de la película. Ni siquiera la idea de «Planet Terror», siendo mala, lo es tanto como la idea de un re-make de «Nueve semanas y media». Y aunque sabemos que la intención es hacer gracia con la exageración y la tontería, digamos que hay que estar preparado para que algo así resulte gracioso. Lo que parece imposible es que resulte, a nadie, ingenioso.

La segunda de las historias nos traslada a un bar de pueblo, una especie de cantina, donde un hombre zafio, grosero, atiende a una mujer que le pide poder cobijarse de una fuerte lluvia en su bar mientras espera a alguien con el que ha quedado. La conversación entre ambos personajes carece de todo interés: los estereotipos sobre los roles de género, sobre lo que es ser vegano, comentarios machistas. Un corolario de la nada más infructuosa con parlamentos que dejan perplejo por su vacuidad. No es que detrás de la escritura haya una reflexión sobre el nihilismo humano, no van por ahí los tiros, sino que es prácticamente imposible vertebrar una reflexión interesante en torno a esta segunda historia que, de nuevo, se circunscribe en las formas de la comedia absurda. Salva los muebles que Chema Adeva es un estupendo actor que defiende lo que le echen, pero esto parece indefendible incluso para él. Si nos fijamos, una de las escenas de «Planet Terror» también ocurre en un bar de mala muerte, llamado The Bone Shack, donde se sirven barbacoas. Tal vez hubiera estado bien que el personaje que interpreta Cristina Gallego, el de la joven que se refugia en el bar con una guitarra, sacase del interior de la funda del instrumento una bazuca y lo destrozase todo. O una pierna ortopédica bazuca. Podemos asegurar que algo así tendría más sentido que todo el tira y afloja por un vaso de agua que es lo que presenciamos en esta segunda historia.

La tercera y definitiva historia que cierra, sin sentido alguno, esta trilogía, acontece en un bosque montañoso donde una especie de biólogo que investiga sobre la fauna del lugar se encuentra con una osa polar justo donde él ha montado su tienda de campaña. La conversación entre el experto y la osa polar es sencillamente anodina. Créannos que no atesora este texto ni un solo hallazgo en sus tres historias. Y pese a que las tres historias están escritas con brocha gorda, el aspecto más desesperante del texto se encuentra en la historia que narra una voz en off ( voz que en este caso pone Aitana Sánchez-Gijón) y que habrá de servir para tejer una hilazón entre las tres historias. Hilazón que nunca llega y que, pese a la hermosa voz de Sánchez Gijón, suena nada poético sino más bien letárgico, cargante.
Uno se pregunta qué hay dentro de un texto así para atreverse a hablar en los programas de manos sobre el cambio climático cuando leemos:
«(…) Polar, por lo tanto, es una comedia trágica de contrastes radicales en la que tres historias cómicas están unidas por un accidente ecológico. La huella humana está en todo el planeta. Esta comedia nos recuerda que la tierra no nos pertenece y que el hambre no atiende a fronteras, solo al olor de la carne y las presas que hay dentro de sus muros».
Parafraseando al autor, esta «comedia» también podría recordarnos que lo que dicen los programas de mano a menudo no se compadecen con lo que luego veremos en escena y que el hambre por escribir un texto atiende, a veces, solo al olor de lo fútil.
POLAR.
PUNTUACIÓN: 1 CABALLO Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes busquen comedias absurdas sin demasiado fundamento.
Se bajarán a este caballo: Quienes solo encuentren un texto superficial y poco atinado.
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Ficha artística
Texto y dirección: Rulo Pardo
Diseño de iluminación: Marino Zabaleta
Composiciones musicales y espacio sonoro: Mariano Marín
Diseño de escenografía: Silvia de Marta
Reparto: Cristina Gallego*, Natalia Hernández, Secun de la Rosa, Chema Adeva
Narración en off: Aitana Sánchez-Gijón
Dirección de producción: Manuel Sánchez Ramos
Ayudante de producción: Javier Galán
Fotografías: Pablo Lorente
Prensa: María Díaz
Distribución: Amadeo Vañó – Cámara Blanca
Una producción de Sanra Produce
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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