Cinco actrices que preparan una obra de teatro en horarios intempestivos, terminan charlando y hablando de sus vidas en las pausas entre ensayos.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Todas las hijas» que, con texto de David Caíña y dirección de Andrés Lima, nosotros pudimos ver en la sala Guirau del Teatro Fernán Gómez, de Madrid.

Las cinco actrices que aparecen en la escena deben ser tomadas como compendio de vidas de mujeres a punto de desgranar una historia personal que puede ser más o menos personal, pero que tendrá esa parte de transversal o universal al permitir que otras mujeres se vean reflejadas. Todas ellas participan del acto de ser, además, hijas lo cual nos va a permitir rastrear la impronta de las madres que las criaron y que habrían de convertirlas en las mujeres en que han devenido.
La idea de observarlas como simbólicas hijas de una Bernarda Alba, como paradigma de madre asfixiante y contraria a todo empoderamiento femenino o a toda idea de sororidad, está un tanto forzada y si bien funciona a modo de idea, en ese nivel del símbolo, diríamos que se queda mucho más diluida como ejercicio en su salto a la parte de la representación.
Tenemos en escena a cinco actrices de generaciones próximas que se reúnen en algún local para acometer la tarea de ensayar una obra (pensamos que de manera amateur o aficionada). La obra es la excusa y el pretexto para encontrarse y poder tener un momento de catarsis emocional conjunta al contarse, las unas a las otras, cómo les va con sus madres, con sus parejas, con el sexo, con la vida en general antes de degustar un roscón de reyes del popular chef Dabid Muñoz.

En lo que atañe al texto de Caíña, nos encontramos con un retrato de los terrorismos íntimos en las vidas cotidianas de estas mujeres cuyo empleo del lenguaje se hace nada ampuloso, próximo y sencillo con algunos conatos de humor. Con todo, diríamos que el texto es un tanto repetitivo, poco conducente a las sorpresas, a los giros de acontecimientos y altamente centrado en el relato de las cinco historias de cada una de las mujeres y en sus relaciones con sus madres y otras personas significativas (familiares, parejas). Las semblanzas de las vidas de las mujeres se mezclan con algunos fragmentos de la obra que ensayan (en un ejercicio de metateatralidad poco atractivo).
Las interpretaciones de las cinco actrices se nos presentan irregulares y van calentando poco a poco, a lo largo de la obra, de modo tal que al principio nos resultan algo frías, poco carismáticas, simples. La cosa mejora a medida que se van desgranando las historias de cada una; historias que parecen querer hablar de resiliencia, de superación de adversidades, de vidas traumatizadas por los abusos sexuales en la infancia y la adolescencia, por las negligencias familiares, por los malos tratos, los desapegos o por unas relaciones madres-hijas distantes, vividas desde el rechazo o desde la sobre protección.
«Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga”, parece que escuchásemos a Bernarda Alba susurrar esta frase cuando asistimos al relato de las historias de cada una de las mujeres en escena. Si seguimos la lógica enfermiza e inflexible de Bernarda Alba, aquí, todas estas hijas han devenido en enemigas o bien de sus madres, o bien de otros familiares o bien de sus amantes. Una «enemistad» mal entendida para la cerrazón de mentes como las de Bernarda Alba que, con un esquema moral basado en mantener la fachada intacta, pese a estar derrumbándose por dentro, podría llevar a cualquiera a un acto suicida como el de su hija Adela. La supervivencia se hace una tarea de Sísifo para hijas con madres castrantes o represoras.

Y, pese a toda la hondura que podría encontrarse, nosotros no descubrimos elementos que nos conmuevan o nos desarmen aún estando frente a relatos de historias complicadas y atravesadas por el daño. Creemos que el hecho de que no nos sintamos especialmente afectados o concernidos tiene relación con cómo se cuentan las cosas y cómo se organizan sobre el escenario. Todo es relatado antes que interpretado; testimonializado, con mayor o menor intensidad, pero no podemos dejar de preguntarnos qué es (y dónde se ubica) ese algo inefable que nos aparta de las historias, ese algo que nos hace poner pie en pared frente a la emoción.
Tal vez resida o habite en los ademanes de las protagonistas, en sus gestos, en los tonos, en el ambiguo juego de revictimización, en el enfático subrayado de lo traumático, en la forma de encarnar los relatos situada, por momentos, en territorios demasiado cercanos a la fábula, etcétera. Como sea, creemos, ese algo (más o menos inefable) genera una distancia considerable para que la emoción pueda surtir efecto.
La dirección de Lima, al que acostumbramos a seguir, en esta ocasión nos depara un ritmo sencillo, quizá demasiado sencillo, que nos dejará huérfanos de momentos memorables. No hay nada que chirríe tanto como para dejar de recomendar esta «Todas las hijas», pero nuestra recomendación, desde luego, no entraría en la categoría de apasionada.
TODAS LAS HIJAS
PUNTUACIÓN: 2 CABALLOS y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de historias sobre relaciones madres e hijas con la impronta de Bernarda Alba.
Se bajarán a este caballo: Quienes encuentren poca emoción y demasiado relato.
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Texto: David Caiña
Dirección: Andrés Lima
Dramaturgia: David Caiña y Andrés Lima a partir de una idea original de Gemma Martínez.
Elenco: Pilar Matas, Gemma Martínez, Maribel Salas, Sol Maguna, Vito Rogado, Goizalde Núñez.
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Diseño escenográfico y vestuario: Beatriz San Juan
Diseño de Iluminación: David Alcorta
Espacio Sonoro: Nerera Alberdi
Técnico de luz y sonido: Alaine Arzoz y Guille Martínez
Prensa y redes sociales: María Díaz
Fotografías: Laura Ortega
Teaser y documental: Gorka Etxeandia
Distribución: GG Prooducción Escénica
Producción ejecutiva: Gorka Mínguez y Gemma Martínez
Producción: Erre Produkzioak y Diputación de Bizkaia en colaboración con el Teatro Arriaga
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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