Dos amigos de la infancia, nacidos en Sevilla, enfrentan la tarea de hacer ficción con sus propias biografías en torno a la barriada de Los Remedios que los vio crecer y donde se criaron.
Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Los Remedios» que, con creación e interpretación de Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro (texto de este último) y dirigida por Juan Ceacero, nosotros hemos podido ver en la sala Cándido Lara del Teatro Lara, en Madrid.

Debe haber algo de vanidoso en los prolegómenos alrededor de cómo comenzar a escribir sobre uno mismo. O, mejor dicho, alrededor no del cómo sino del por qué/para qué escribir sobre uno mismo. Luego, esta vanidad se puede diluir fácilmente en un texto (sea este novela, narrativa, guion o teatro) a través de la metacomunicación de tal modo que el personaje/autor le diga al público que reconoce el pudor de hablar de sí mismo y justifique el por qué ese ejercicio (a menudo, esa explicación se parece a un acto de expiación del propio creador).
Se nos ha quedado grabado a fuego aquello, que aún es lugar común en muchos cursos de escritura, de que debemos hablar de lo que sabemos (mire usted, así no existirían géneros como la fantasía o la ciencia ficción, entre otros) y que debemos escribir sobre aquello que hemos vivido o experimentado (depauperando así la tarea de la escritura ligada a la imaginación). Dejando al margen un debate que no viene a cuento en esta crítica, acerca de si la auto ficción es más vanidosa que pudorosa, o si la auto ficción puede verse como el lado oscuro de la autobiografía (que diría Sergio Blanco), lo verdaderamente importante es comprobar si el artefacto creado (desde donde sea), funciona. Al final, el sustrato para la ficción y la auto ficción es el mismo: generar un relato, una historia que contar (independientemente de lo mucho o poco que se encuentre atravesada por la realidad).

En la historia que nos ocupa, dos amigos emprenden el camino de explicarse, mirando hacia atrás. Ese intento de explicación interesará al público por cuanto tiene de dosis de «basado en hechos reales». Ya sabemos que a mucha gente le gustan los reality shows por todo lo que contienen de producto para voayeurs, pero igualmente por todo lo que contienen de espejo: nos vemos reflejados en las historias de los demás y son esas historias que oímos o vemos las que nos ayudan a hacer palanca y, a veces, a tomar conciencia de nuestra propia historia. Es cierto que la frase de Soren Kierkegaard, en la que parecen apoyarse los creadores de esta propuesta, («La vida solo puede ser entendida mirando hacia atrás, pero tiene que ser vivida hacia delante«) bien podría ser una frase salida tanto de la boca de un gurú de pacotilla como de la de un buen psicoterapeuta dedicado al crecimiento personal, no obstante, reconocemos que nos interpela con contundencia y ofrece un marco de referencia a la misión de «Los remedios»; misión que atañe a los dos protagonistas que necesitan sondearse, retrotraerse a su infancia, para poder, así, seguir hacia delante. Situados en el lugar en el que se encuentran, ambos amigos, actores, hacen ese recorrido del punto «B» al punto «A» y en ese itinerario levantan una historia gozosa, entretenida, costumbrista y entrañable.
Lo que encontramos en esta historia es el relato entrelazado de los dos amigos criados en el mismo barrio sevillano. Los dos comparten su infancia y adolescencia y ambos declaran, con sus diferentes circunstancias, su amor/odio a un lugar que queda convertido en una suerte de epicentro, de vórtice en el que las anécdotas sobre las relaciones familiares, de amistades, de noviazgos, de primeros pasos en el territorio del teatro, dan paso (o pie) a otros razonamientos alrededor de los cambios que fue atravesando no solo su barrio sino la ciudad y, por supuesto, el país. Así, sabedores del estatus que representa haber crecido en un barrio no precisamente obrero, escorado a la derecha (en las elecciones más recientes el voto a la ultraderecha se incrementó de manera importante en el barrio de Los Remedios) y pegado al recinto de la feria de Sevilla, los dos protagonistas ejercen de cicerones de sí mismos analizando aquellos polvos y estos lodos, el pasado y presente íntimamente ligados, y sus esfuerzos por hacerse a sí mismos frente a los deseos o imposiciones familiares, culturales, afectivas.

Comparecen también otros asuntos con peso específico suficiente como para poner el foco: por ejemplo el del acento de quien llega desde Sevilla a Madrid (vale para cualquier otro acento de nuestro territorio) que acaba diluyéndose o perdiéndose o, en el peor de los casos, camuflándose como un modo de cambio de piel, de mudanza emocional, de introyección del prejuicio, de autocuestionamiento de uno mismo que, al final, enlaza perfectamente con el tema de la homosexualidad y los amaneramientos disimulados, matizados, domesticados para encajar, para pasar desapercibido y tener cabida en el centro de la campana de Gauss.
Todo es coherente, todo está bien contado, hilvanado, tocado por buena dosis de humor. Lo local se hace universal y el pasado sirve como espejo para el presente y el futuro. Las partes más endebles de la propuesta recaen, por un lado en una duración elevada cuyo último tramo o epílogo, (en particular la escena en la que ambos actores comienzan una suerte de danza sin mucho sentido y ponen el foco en lo corporal), no aporta gran cosa al conjunto y, por otro lado, la hora de programación del espectáculo que comenzando a las diez de la noche hace que la propuesta se alargue hasta las doce y veinte.
Más allá de esto último, ambos actores interpretan con voluntad, arrojo, sentido del humor y logran su catarsis personal que, al final (he ahí su merito), se transforma en catarsis colectiva.
LOS REMEDIOS
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS Y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes gusten de la autoficción con buena dosis de sentido del humor.
Se bajarán a este caballo: Quienes crean que la originalidad está reñida con lo autoficcional.
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FICHA ARTÍSTICA
Equipo Artístico
Creación e interpretación
Pablo Chaves y Fernando Delgado-Hierro
Equipo Técnico
Dirección
Juan Ceacero
Texto
Fernando Delgado-Hierro
Ayudante de dirección y audiovisuales
Majo Moreno
Escenografía y vestuario
Paola de Diego
Iluminación
Juan Ripoll
Diseño gráfico
Celinda Ojeda
Comunicación
Inés Sánchez
Fotografías
Luz Soria y La Dalia Negra
Coordinación técnica
Leyre Escalera
Asesoría artística
Gérard Imbert
Ayudante de producción
María Martínez
Producción
La_Compañía exlímite
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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