Una mujer arruinada y alcoholizada sobrevive en la habitación de un hostal que no puede pagar y otra mujer, hastiada de su relación de pareja, fantasea con marcharse e irse a vivir sola cerca del mar.
Estas podrían ser las sinopsis de las dos piezas breves que bajo el título de «Tennessee», con versión y dirección de María Ruiz, nosotros pudimos ver en la Sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en Madrid.

Siempre es una gozada volver a ver textos del dramaturgo Tennessee Williams es los escenarios y con más curiosidad llegamos, con entremés de por medio, hasta los dos elegidos: La marquesa de Larkspur Lotion y Háblame como la lluvia.
Nos acercamos a ellos con gusto puesto que el autor de piezas tan célebres como «El zoo de cristal», «De repente, el último verano», «La noche de la iguana» o «Un tranvía llamado deseo», siempre nos ha encantado. Conocedores de su poética y de un estilo bien definido, eso es lo que esperábamos encontrar en sus piezas cortas, esto es, en general, el gótico sureño y en particular toda la impronta de la marca de la casa Williams: personajes apabullados, antes que apabullantes, perdedores, asustados, aparentemente insignificantes ante los demás, ante el mundo, al tratar de ocultar, a su manera, sus miserias.
Por un lado, en La marquesa de Larkspur Lotion nos topamos con la historia de una mujer, decadente, cuasi en su tiempo de descuento, que se despierta en una pequeña habitación de un hostal de mala muerte en el barrio francés de Nueva Orleans y a la que, desde el principio, solo podemos querer (la bondad de los extraños en el patio de butacas). Y decimos «querer» porque en el personaje de esta mujer se encuentran reunidos la mayoría de los elementos del catálogo que podemos rastrear en casi todos los personajes femeninos de Tennessee Williams: la fortaleza de todo lo que es vulnerable así como la nostalgia, la decadencia, la tristeza, los miedos, el alcohol, la carencia de dinero, el fracaso, la violencia o la disociación con la realidad, entre otros.
La marquesa, probablemente con cirrosis, que encarna en esta primera pieza la actriz Cristina Medina, bien podría remitirnos a la Amanda Wingfield de «El zoo de Cristal», en su misma manera de no aceptar la pérdida de estatus como mujer venida a menos, instalada en sus ensoñaciones con una opulencia del pasado, ya perdida, y en quiebra económica, ocupada de encontrar algún precario refugio en el alcohol, cada día, como método de escape, de no afrontamiento (así como Wingfield se ocupaba de encontrar refugio en una colección de animalitos de cristal). La pieza, pese a su brevedad, nos permite entrar de lleno en el imaginario del autor de tal modo que, en pocos minutos, ya nos ha metido dentro de la fragilidad de la vida de la protagonista.

El humor está muy presente en el tierno retrato que el texto le ofrece a la actriz Cristina Medina pues su personaje, enajenado, se distancia de la realidad que le rodea: una habitación cochambrosa, un futuro que se reduce al aquí y al ahora. Y es en ese distanciamiento y negación de la realidad donde se encuentra la ternura salvífica, donde se encuentra el sentido del humor cuando el personaje reclama a la dueña de la pensión que le cambie de habitación porque la suya está repleta de cucarachas voladoras (tal vez siendo esta una señal del delirium tremens que porta consigo). En el hostal vive otro personaje propenso a la bebida: un escritor que se apiada de la protagonista y que, sin duda, bien podría ser un trasunto del propio Tennessee Williams, acostumbrado a empatizar con el tormento que sufriría su hermana Rose, aquejada de esquizofrenia y paranoia.
En una carta fechada en el año 1942, el autor escribiría lo siguiente:
«El miedo del mundo, la lucha por encararlo y no huir, el miedo de la realidad, es la más real de todas mis experiencias»
Ese miedo a lo real atraviesa todas sus creaciones, las impregna. Pareciese que la vieja herida nunca dejase de sangrar en Tennessee Williams, ya no solo porque la herida no fuese tan vieja sino porque, él, se ocupase de pasar las yemas de sus dedos por el lugar donde debiera salir la cicatriz que nunca llega.
La segunda de las piezas mostradas en «Tennessee» titulada, poéticamente, Háblame como la lluvia (recordemos que además de teatro, el autor practicó con buen pulso el cuento, la novela y la poesía, claro), es sin duda una buena muestra de otra de las características de sus obras: la de personajes que no explosionan sino que, al contrario, implosionan.
Es en esta ocasión la actriz Maripaz Sayago (que había encarnado en la primera pieza breve a la dueña del hostal), la que explota hacia dentro de sí misma de un modo abismado, repleto de perplejidad, cercano a la hipertrofia de cordura que le demanda su personaje: una mujer que, en el breve espacio que dura la pieza, parece ser rehén de una fuga disociativa evocada por medio de sus palabras. Inmersa en una relación de pareja desequilibrada, carente de escucha, inflada de soledad no deseada, ella le relata a él una poderosa intrahistoria imaginada para sí misma en la que, su felicidad, pasa por irse de su lado, escapar, reinventarse en otra vida, con otro nombre, con otro estado de ánimo, dedicando sus días a un dolce far niente de placidez, de momentos cumbres relacionados con pasear cerca del mar, escuchar a la banda de música de turno, leer obras de autores fallecidos, vivir en una habitación de hotel. Todo en un intento por alcanzar una epifanía que nunca le procuró su relación de pareja. No hay aquí una épica de otros autores sureños como Faulkner, pero sí una epopeya de lo cotidiano y de lo íntimo, que no es cosa menor.

Los tres intérpretes están equilibrados y atraen. Tal vez destaque, sobre las demás, la interpretación de Sayago en la segunda pieza en la que se imbuye hasta el paroxismo en un personaje al mismísimo borde de un quiebre psíquico. Asusta casi en su fragilidad. César Camino brilla más en el papel del escritor de la primera pieza, donde también nos convence Medina. Punto a favor, del mismo modo, para el espacio escénico que diseña Juan Carlos Savater y que, sin barroquismos, menos es más, se hace poético y evocador junto con la iluminación de Felipe Ramos.
En medio de ambas piezas, creemos que como una resta antes que como una suma, se produce un entremés con alocución (y canción incluida) a cargo de Cristina Medina, ya haciendo de ella misma o de una suerte de rapsoda que llega para dar algún brochazo gordo, más que fino, de la biografía de Williams. (Para eso, hágannos caso, mejor leer las memorias del autor publicadas en 2008). Tales brochazos no aportan demasiado con relación a las dos piezas ofrecidas que funcionan a modo de honesta representación del teatro del autor. Algunas frases citadas dentro de un contexto es lo que ofrece el entremés. No más. Pero comprendemos que es parte de la admiración que quienes han creado esta propuesta le tienen al autor. Un Tennessee Williams que llegó a describirse a sí mismo como el producto de «la catástrofe del éxito». Un hombre que lo tuvo todo, lo bueno y lo malo, danzando a su alrededor; el hombre con el recuerdo de un padre que le menospreciaba, con el dolor y rencor hacia una madre a la que nunca perdonaría que llegase aplicar una lobotomía a su querida hermana Rose. El hombre convertido en celebridad mundial gracias a su escritura y a sus adaptaciones al mundo del cine, el homosexual que tardó en vivir libre, que perdió a su querida pareja, Frank Philip Merlo, a causa de un cáncer de pulmón. El hombre que podíamos encontrar en todos sus personajes y que terminó sus días alcoholizado, en la habitación de un hotel, como la protagonista de La marquesa de Larkspur Lotion o tal vez anhelando escuchar la lluvia y su lenguaje sereno; tal vez deseando reposar algún día en el fondo del mar como su admirado Hart Crane. Quién sabe si deseando escapar de una realidad que se le atragantaría y nunca peor dicho pues así murió: asfixiado con la pequeña tapa de un bote de barbitúricos que, por error, se coló en su garganta.
Por suerte y como el mismo Tennessee dijo alguna vez: «La muerte es un momento, la vida muchos”. Y Williams, con su escritura, nos ha legado, para siempre, no muchos sino incontables y deliciosos momentos.
TENNESSEE
PUNTUACIÓN: 3 CABALLOS y 1 PONI (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes sientan fascinación por Tennessee Williams (que debería ser cualquiera con buen gusto).
Se bajarán a este caballo: Quienes tengan la sensibilidad en estado de hibernación.
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FICHA ARTÍSTICA
Dos obras cortas de Tennessee Williams
Entremés de María Ruiz y Cristina Medina
Versión y dirección María Ruiz
Con César Camino, Cristina Medina y Maripaz Sayago
Diseño de espacio escénico Juan Carlos Savater
Diseño de iluminación Felipe Ramos
Diseño de vestuario Chary Caballero
Diseño de sonido Benigno Moreno
Ayudante de dirección Juanfran García
Residente ayudantía de dirección Teatro Español Cristina Simón
Una coproducción de Teatro Español y Producciones Come y calla
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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