ASESINATO Y ADOLESCENCIA. Resiliencia que no está ni se le espera

Lucía, una adolescente cuyas relaciones familiares no parecen ser muy equilibradas se refugia en su grupo de amigos con los que puede ser ella misma y soltar toda su rabia acumulada. La joven conocerá pronto a Luis, un adulto un tanto peculiar que vive cerca de su barrio y que lleva varias semanas siguiendola de cerca sin que ella lo sepa.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Asesinato y adolescencia» que con texto de Alberto San Juan y dirección de Andrés Lima, nosotros pudimos ver en la Sala Max Aub en las Naves del Español en Matadero, Madrid.

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Leyendo el programa de mano acera del proyecto nos encontramos con que el director muestra que su proyecto:

«(…) nace de la preocupación por conocer el mundo de la adolescencia y nuestra conflictiva relación como adultos con ella. ¿Qué pasa con nuestros jóvenes? ¿Qué factores provocan la violencia juvenil? ¿Ha aumentado con la pandemia? Nos preguntamos si estamos siendo sensibles a esta realidad o, por el contrario, nos mostramos cada vez más incapaces para ponernos en el lugar del otro (…)»

La reflexión es oportuna y absolutamente legítima, pero el paso de esa reflexión a lo dramatúrgico está lejos de ser observado en escena. En «Asesinato y adolescencia» hay demasiadas intenciones que se quedan en la teoría, en lo apriorístico; que no logran dar el salto a lo teatral ni movilizar a reflexiones en torno a la adolescencia o a la violencia juvenil.

Nos encontramos con el personaje de Lucía (bien interpretado por Lucía Juárez) como sustrato de esa violencia bidireccional (filio-parental y parento-filial) que queda extremada en el personaje de tal modo que la mayor parte de lo que vemos nos parece que está hiperbolizado y escorado hacia una imagen deformada o deformante de la adolescencia. Lucía es una joven corroída por una rabia inusitada hacia un ambiente familiar que le resulta insoportable. No conoceremos a sus padres ni escucharemos, en absoluto, sus posturas (falta de empatía con la parte adulta al no tener su punto de vista) y lo único que sabremos de la situación familiar, en casa de la joven, será gracias al relato que hace Lucía (eso si es que logramos entresacar algo en medio de todas sus invectivas y gritos de desesperación).

De acuerdo con lo que vemos, Lucía se refugia en la música, los porros, el alcohol y sus colegas (no en ese orden) y su vida es un retrato juvenil francamente desesperanzado (no hay una sola persona a la que ella se pueda aferrar o vincular ni existe proyecto vital o idea de futuro).  La vida de Lucía es un páramo. Su barrio y su comunidad son un páramo. Tal vez esta idea está demasiado forzada por aquello de que la ciudad en la que vive la adolescente quiere parecerse, un poco, a una ciudad en blanco y negro, corrupta y desintegrada como el Dusseldorf de los años 30 en el que Fritz Lang rodaría «M, el vampiro de Dusseldorf».

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La narración/dramaturgia de Lima y San Juan parece encontrarse cómoda en ese espacio expresionista que le rinden (con buen criterio) la música, la iluminación y la escenografía a la pieza. Esa sensación de terror, de pánico, de miedo al miedo, queda perfectamente enmarcada gracias a estos apartados de la obra (y especialmente el diseño de espacio escénico de Beatriz San Juan), pero la historia, pese a todo el estupendo trabajo por darle un frame expresionista, queda desdibujada o, lo que es peor, reducida a una simpleza que la aparta de toda originalidad.

El personaje de Luis, por ejemplo, es otro cliché del paradigma del sociópata (con ademanes de Nosferatu del siglo XXI) que se viste con abrigo largo negro, muestra una falta de red social importante y aparenta sentir rechazo hacia la sociedad en la que le ha tocado vivir. Es su personaje una suerte de ser vulnerable arrojado al abismo de la existencia. La soledad aparece retratada aquí como no deseada y es ese tipo de soledad la que engendra lo monstruoso en las relaciones: la soledad por la que nos sometemos al otro o la soledad por la que terminamos sometiendo al otro. Luis (estupendamente interpretado por Jesús Barranco) , conocedor de la mala situación familiar de Lucía, la busca con la idea de forzar un encuentro que prospere hacia una relación. Los dos se encontrarán e incluso ella, en contra de toda lógica de supervivencia, irá a casa del tipo (tal vez creyendo que es inofensivo o «maricón» como ella misma le llama en la obra).

En medio de esta historia, rompen la estructura una serie de vídeos que funcionan como estudio documental y en los que se entrevista a una serie de chicas adolescentes que cuentan las vicisitudes propias de esa etapa y nos hablan, entre otras cosas, de asuntos como el dolor, la incomprensión, las drogas, las ideas de suicidio, etc. No acaban de encajar demasiado bien en la estructura de la pieza estos «soliloquios» documentales a modo de reflexión o exceso de subrayado para el espectador.

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Lo peor es quedarse con una historia fallida e incompleta hasta en su propio desenlace; una trama que no remonta, a la que le falta brillo y adolece de originalidad y de propósito.

Nadie pide que sea didáctica y mucho menos moralista (eso no se desea), pero sí al menos que haya unas coordenadas más claras acerca de qué quiere contar en torno a la adolescencia dado que, si nos ceñimos a su dramaturgia, todo es demasiado sórdido y poco luminoso. En esencia, al final, parece resonar el siguiente mantra: la adolescencia es un lugar inhabitable y los adultos tenemos todo el potencial para vampirizar la adolescencia. Todo dependerá, obviamente, de qué tipo de adolescencia queramos retratar pues incluso las adolescencias más vulnerables pueden ser ejemplos fidedignos de absoluta resiliencia (que, en este caso, ni está ni se le espera). 

 

ASESINATO Y ADOLESCENCIA

PUNTUACIÓN:  2 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes se dejen fascinar por el tándem San Juan / Lima. 

Se bajarán a este caballo: Quienes no encuentren fondo más allá de sus formas.

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FICHA ARTÍSTICA

De Alberto San Juan

Dirección Andrés Lima

Con Jesús Barranco y Lucía Juárez

Coro de adolescentes Conchi Albiña, Lucas Alcázar, Mari Carme Chiachio, Valentina Lima, Álvaro Ramírez, Bruna Pérez, Julen Gadi Katzy, Miguel Moya, Bruna Lucadamo, Pedro Vega, Miriam Pérez y Alfredo Domínguez

Diseño de espacio escénico y vestuario Beatriz San Juan

Diseño de iluminación Valentín Álvarez

Música y espacio sonoro Nick Powell

Diseño de sonido Enrique Mingo

Videocreación Miquel Àngel Raió

Producción Checkin Producciones Joseba Gil

Ayudante de dirección Laura Ortega

Residente ayudantía de dirección Teatro Español Cristina Simón

Una producción de Checkin Producciones y Teatro Español

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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