EL FANTASMA DE LA ÓPERA. El deseo también puede ser un espectro

Un enigmático personaje al que llaman «el fantasma» vive escondido en las catacumbas de la ópera de París. Cualquiera que haya escuchado su historia siente miedo hacia él, excepto una mujer: Christine. Él fantasma de la ópera le ha declarado su amor aunque este amor rivalizará con el de otro personaje, Raoul, un joven aristócrata que reconoce a Christine en su debut triunfal en el escenario. ¿Hacia el amor de cuál de los dos se decantará Christine?

Esta podría ser una suerte de sinopsis del musical «El fantasma de la ópera» que, con libreto de Andrew Lloyd Webber y Richard Stilgoe y dirigida por Federico Bellone, nosotros pudimos ver en el UMusic Hotel Teatro Albéniz, en Madrid.

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Parecía una visita obligada el asistir a una representación de este musical que llegaba a España después de 21 años fuera de la cartelera madrileña donde se estrenó en el año 2002 en el teatro Lope de Vega. Lloyd Weber fue catapultado a la fama dada la presencia de su creación en decenas de países con su adaptación a libreto e infinidad de personas lo han visto alguna vez en algún gran teatro. Al margen de que su mezcla de opereta y oscuro romanticismo pueda resultar ñoña, a priori, debemos considerarlo ya como un clásico indiscutible.

Con la nueva producción que se ha traído esta vez a Madrid, sabíamos que la esencia se iba a respetar, pero se le añadiría un toque distinto. Lo que hemos podido comprobar es que ese toque, que creemos que se encuentra en un diseño de escenografías estupendas y en unas interpretaciones muy equilibradas que dotan a la propuesta de un pulso que irradia magnetismo, sí se ha alcanzado con creces. Esa es la conclusión que nos llevamos tras ver el espectáculo: que estamos frente a un producto eficaz destinado, sin duda alguna, a perpetuarse en cartelera puesto que no le va a faltar público.

En escena  genuino respeto al libreto de Andrew Lloyd Weber y a su esencia de principio a fin, cambiando elementos relacionados con la ejecución y dirección de algunas escenas con más aciertos que errores pese a que alguna escena mereciese un repaso para ser mejorada (como por ejemplo la escena en la que se leen las notas/cartas del fantasma de la ópera dirigidas a amedrentar/amenazar a los dueños del teatro y a sus trabajadores. En esta escena detectamos un exceso, una cacofonía vocal que constriñe el resultado).

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Por lo demás, el espectador saldrá satisfecho. El casting es certero y ponderado y pese a que hay  personajes que brillan por ser más protagónicos, todo el elenco está a la altura de lo que sucede en escena y contribuye a que, en conjunto, deje muy buen sabor de boca.

La historia, por naif  que sea, y las interpretaciones actorales (que no son en lo que se reparará especialmente), quedan en un segundo plano frente a la musicalidad y a la ejecución vocal de la propuesta que se acompaña de orquesta en directo. Un triunfo. Atrapa, engancha y emociona.

Tenemos en escena a un rotundo Geronimo Rauch en el papel de Erik, el fantasma. Seguro en las tablas, con aplomo, con arrojo, capaz de arriesgar en lo vocal y convencer. Y a una Christine interpretada por Talía del Val cuya versatilidad es manifiesta y encarna perfectamente el papel de esa mujer frágil, cándida, tornadiza y determinante al mismo tiempo cuando se trata de regatear en el territorio del amor y del pánico (que, a menudo, pueden ser la misma cosa). Nos convence también, y mucho, Marta Pineda encarnando a Carlotta con una técnica vocal afinadísima en lo lírico y muy desenvuelta en escena. Nos deja más indiferentes el papel de Raoul de Chagny que interpreta Guido Balzaretti; digamos que su personaje no termina de impactar en nosotros y parece enfatizar demasiado su tono afectado.

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Podría parecer harto improbable que un libreto como este no caiga del lado de un tono pomposo, almibarado, melifluo, pero Federico Bellone salva los muebles del espectáculo inoculando el punto necesario de ironía, de misterio, de intriga y romanticismo. Dirección estupendamente comandada que, a la postre, incluye el diseño de escenografía (del propio Bellone) donde queremos poner el énfasis por su belleza y capacidad de evocación. Una delicia.

Otros apartados técnicos suman, sin duda, a la propuesta destacando el fantástico trabajo que se encuentra en la coreografías de Gillian Bruce (con unos movimientos escénicos que resultan limpios, no cansan ni se agolpan en la repetición, en la redundancia sin sentido), el diseño de sonido de Roc Mateu (tengamos en cuenta que la voz y el sonido deben ser cuidados y precisos y eso se logra con pequeñas excepciones donde el juego de multiplicidad de voces lastra, un poco, algunas escenas en las que no se entiende qué dicen). Funciona igualmente, acompasada con el resto de apartados, la iluminación de Valerio Tiberi (creando atmósferas sugerentes y mesmerizantes que nos conducen desde la grandiosidad de la ópera, evocando el parisino Palacio Garnier, hasta la intimidad de un camerino o la fantasmagoría de las catacumbas).

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No importa demasiado cuánto habría de realidad en el personaje creado por la novela de Gaston Leroux, quien sostenía que lo relatado era completamente verídico. Lo que fascina es que una historia sobre la que el tiempo podría haber obrado mal envejeciéndola, siga reclamando la atención y el interés del público.

Suponemos que por encima de la historia de amor y de elección entre dos temperamentos de hombres tan diferentes, por parte de la joven Christine, lo que sigue atrapando al espectador es el sustrato misterioso, oscuro, sórdido que hay detrás de la palabra fantasma por cuanto remite a lo espeluznante, a lo extraño, a lo que se escapa de lo realista (y, sí, tal vez estemos bastante hartos de la realidad) y aquello que contenga el poder de la ensoñación (lagos subterráneos, catacumbas, sucesos oscuros, hombres con máscara, etc) sigue disparando nuestra curiosidad.

Aquello que contenga un espectro hará que se avive nuestra mirada. No podemos olvidar que la palabra «espectro» proviene del verbo en latín «specere» (observar, mirar) que no es otra cosa que lo que hacemos como «espectadores». Y, en último término, el deseo de una persona enamorada puede ser también un espectro, una inequívoca imagen espectral.

EL FANTASMA DE LA ÓPERA

PUNTUACIÓN:  4 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Para quienes busquen altos estándares en calidad y producción de un musical.

Se bajarán a este caballo: Quienes, con prejuicios, huyan de libretos románticos y góticos.

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FICHA ARTÍSTICA

  • Dirección – Federico Bellone
  • Autor – Gastón Leroux
  • Música – Andrew Lloyd Webber
  • Letras – Charles Hart y Richard Stilgoe
  • Libreto – Andrew Lloyd Webber y Richard Stilgoe
  • Coreografía – Gillian Bruce
  • Diseño de sonido – Roc Mateu
  • Iluminación – Valerio Tiberi
  • Elenco – Gerónimo Rauch, Talía del Val, Manu Pilas, Judith Tobella, Fran Ortiz, Enrique del Portaly, Omar Calicchio, Silvia Luchetti, Laura Martín, Sergi Albert, Robert González, Alejandro Rull, Ezequiel Salman, Rubén López, Alberto Sánchez, William Magallanes, Laura Enrech, Lara Sagastizábal, Marina Brisa, Naiomi Weiler Lara, Xenia García, Paula Arévalo, Virginia Esteban, Hugo Ruiz, Natxo Núñez, Natalia Pascual y Natalia Delgado.

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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