El compositor belga, Wim Mertens, con cuarenta años de carrera a sus espaldas, presentaba en España su nuevo disco «Voice of the living» y nosotros estuvimos en el Teatro La Latina para verlo y escucharlo.

Cuarenta años de carrera son los que deja a su paso el compositor belga Wim Mertens que vuelve a retomar gira de conciertos tras la de ‘Inescapable Tour’ (1980-2020) que cerró bruscamente la pandemia. Nosotros, como seguidores del músico, no quisimos perdernos la ocasión de escuchar su nuevo disco, pero tampoco de esperar a escuchar algunos de sus temas más conocidos de anteriores álbumes.
Es el señor Mertens es lo que parece: un tipo sencillo y casi austero que frente a su piano se encuentra libre para hacer llegar sus melodías a cualquier espectador. En varias entrevistas que hemos leído señala que su música está pensada para que pueda llegar a todos/as, lejos de elitismos asociados a la música clásica o la composición. Es también al «hombre corriente» a quien dedica su último disco que pasa a ser una especie de homenaje a todos los que combatieron y murieron en la primera guerra mundial, pero sobre todo a aquellos/as que sobrevivieron para contarlo. El disco fue un encargo de la Cancillería del Primer Ministro belga, para conmemorar el centenario del estallido de la Primera Guerra Mundial, y Mertens estrenó sus composiciones en la Catedral de San Martín, en la localidad flamenca de Yprés. En esa misma ciudad murieron cientos de miles de combatientes de la mal llamada Gran Guerra, la primera guerra mundial de la que sería testigo la humanidad. Yprés se convertiría en una ciudad representativa del trauma y el dolor que representan todas las guerras.

Pese a formar parte de un encargo del gobierno de su país, Mertens se involucra en la tarea y compone cada uno de los títulos del álbum con la sensibilidad que le caracteriza. Lo que encontramos en el nuevo disco es un regreso a la música minimalista y repetitiva con una cadencia melancólica, no derrotista, ni de réquiem, sino sustentada en la solemnidad de la ocasión, con los instrumentos de viento indispensables (saxofón, trompeta, corneta, trompa, trombón y tuba wagneriana; esta última el instrumento que Wagner quería que pudiera entonar el motivo del Valhalla en la tetralogía «El anillo del nibelungo») junto con el piano de Mertens y la presencia de su inconfundible e ininteligible voz frágil, como salida de una intemperie que nos representase a todos/as, en un idioma inventado (que nos recuerda a Jonsi, líder de «Sigur Rós»).
En el teatro de La Latina la puesta en escena se asume sobria. Quizás demasiado desnuda. Un telón que cubre el fondo del escenario (tapando, un poco precariamente, la escenografía, suponemos, de «Los chicos del coro» que se representa en el mismo teatro) y el piano de Mertens junto a los cuatro músicos que le acompañan. Sin más. Al fin y al cabo lo que importa es la música del maestro. Maestro que, en repetidas ocasiones, se levanta para señalar o enfatizar a alguno de sus músicos en el momento en que irrumpe el aplauso al final de una pieza. Para los impacientes, el setlist de los temas clásicos y esperados del compositor se hace de rogar.

Toda la primera parte está dedicada a la presentación de los títulos de «Voice of the living». Se asume mejor hurgando en el simbolismo de cada tema que va desgranando: la idea es la evocar los elementos de tierra, agua, aire y fuego en las composiciones y vincular cada uno de estos elementos, contingentemente, con escenarios o circunstancias bélicas: las trincheras con la tierra, las batallas enfangadas por el agua, los aviones y las bombas aéreas con el elemento aire o los morteros, las balas, las explosiones con el fuego.
Tras una pausa, la segunda parte es el regalo para quienes siguen la carrera del compositor pues en este tramo se irán desgranando sus canciones más emblemáticas. Emoción al escuchar el conocido «Struggle for pleasure», el enigmático «Often a bird» o el delicioso «Close cover«. Temas que suenan de un modo más sobrio con el cuarteto de vientos en el directo. Un cuarteto que funciona mágicamente y que, damos por hecho, logró persuadir al público asistente. Componer esos temas, en apariencia tan sencillos y modestos, pero tan cargados de un poder evocador es la gran lección de Mertens.
A nuestro modo de ver «Voice of the living» no es su mejor disco (nos faltan los cellos, las percusiones, ese jazz que parece sobrevolar otras composiciones suyas, melodías que van in crescendo hasta eclosionar en evocador optimismo, tonos y ritmos que nos recuerden a Nyman, a Glass), pero escucharle, escuchar a Wim Mertens, infatigable, generoso, talentoso y divertido es siempre una ilusión para el alma. Sus composiciones son una buena dosis de armonía para el común de los mortales, que buena falta nos hace.
WIM MERTENS (EN CONCIERTO): «VOICE OF THE LIVING».
PUNTUACIÓN: 4 CABALLOS (Sobre cinco).
Se subirán a este caballo: Quienes busquen un bálsamo para el alma.
Se bajarán a este caballo: Quienes no tengan alma.
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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo
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