PARAÍSO PERDIDO. Líbranos del Bien.

Dios ha decidido crear un hijo al que le conferirá de todo el poder. Esta creación no será baladí porque terminará por desatar la ira de Satanás que se enfrentará a Dios junto con otro grupo de ángeles. Tras perder esa batalla, Satanás se entera del nacimiento de un nuevo mundo: el mundo de los hombres o el Paraíso terrenal, el jardín del Edén. Desde ese momento, el ángel caído comenzará a buscar su venganza proponiéndose como objetivo alcanzar el mundo de los hombres para poder corromperlos.

Esta podría ser una suerte de sinopsis de la obra «Paraíso Perdido» que con texto de Helena Tornero (sobre el poema épico de John Milton), dramaturgia de esta última junto a Andrés Lima y dirección del propio Lima, nosotros pudimos ver en la sala grande del Teatro María Guerrero (del Centro Dramático Nacional), en Madrid.

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He aquí la figura del villano por antonomasia: Satanás. El primer gran villano que en su poema heroico, en su poema épico de más de diez mil versos, Milton sitúa como protagonista principal de una historia que tiene por foco central el mito bíblico de Eva y Adán. La historia cuya dramaturgia ponen en pie Helena Tornero y Andrés Lima, reúne a priori, los ingredientes de un thriller, de un drama, de un ejercicio de suspense puesto que traído a lo contemporáneo, Milton sigue resonando con fuerza desde muchos de los mencionados puntos de vista. Nuestra mirada no se posa conservadora sobre el texto del siglo XVII sino que asume que Lima y Tornero van a trasgredir, a su manera y desde la reactualización, el texto clásico de Milton. Milton usado como sustrato. Y, mire usted, no pasa nada. Que abundan en este mundillo de la «crítica» muchos y muchas doctorados/as cuyo tema principal para sus Tesis ha sido (y seguirá siendo) «el arte de rasgarse las vestiduras». Naturalizamos pues, desde aquí, la actualización del poema Miltoniano (que estamos en la era de la Inteligencia Artificial, por favor).

Junto a esto, podemos admitir que el poema heroico de Milton puede ser asimilado con la contemporaneidad dado que, pese a que fue escrito hace más de trescientos cincuenta años, son suficientes las temáticas que recoge el poema que, en el presente, podrían sonar actuales: nótese ese juego, qué duda cabe que atemporal, entre el bien y el mal; nótese, también, el asunto de la libertad, de la responsabilidad individual, de la búsqueda del conocimiento frente al conservadurismo rampante, el tema de la corrupción (este es que tampoco pasa de moda). La riqueza metafórica del poema original se mantiene pese a que se hayan hecho ajustes a la estructura de Milton y su poema haya servido de rizoma para otros asuntos. Digamos que los primeros cuarenta minutos de la propuesta son más fieles al original en tanto en cuanto a la presentación del conflicto del personaje de Satanás con Dios. Diremos también que nos costó entrar en la pieza en esa primera mitad porque el lenguaje era árido, la escenografía oscura, pertinaz. Poco a poco, a través de los diferentes cuadros, el montaje gana en ritmo y recupera agilidad (una agilidad que es su debilidad en un largo tramo de la primera mitad de la obra).

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Nos gusta cómo se aprovecha para hacer crítica del sistema desde los cuadros que transcurren en el Edén donde nos topamos con unos Eva y Adán que pasan de pusilánimes a contestatarios. El mensaje es diverso, pero se ajusta a los siguientes parámetros: el mundo es un lugar muy injusto y especialmente con las mujeres. El mundo debe superar la errada disyuntiva que asocia lo bueno y lo malo con posiciones o roles extremadamente estereotipados (en este montaje, por ejemplo, es difícil ver con buenos ojos a Dios que termina por resultarnos un corrupto, un egoísta, un ególatra sin parangón). No solo el diablo está en los detalles. Líbranos del Bien. La simpatía por Satán responde a que este se nos muestra obstinado, capaz de levantarse una y otra vez, de encabezar la rebeldía, dispuesto a no plegarse a los mandatos antojadizos de un Dios que bien podría formar parte de una peli de «El Padrino» (De hecho, en el cuadro del Edén, echamos de menos la cabeza cortada de un caballo). Las alegorías funcionan y recobran máxima actualidad al compadecerlas con la realidad social que vivimos inserta en guerras, corruptelas, batallas, diarias, ganadas a los ultra conservadurismos. Podríamos encajar a Satán del lado del progreso y a Dios del lado del conservadurismo/autoritarismo. Lo que nos chirría más, sin duda, es el encaje de esa premisa que se quiere introducir con respecto al arte del teatro invitándonos a la reflexión acerca de cómo el teatro ha sido objeto de censuras, denostado, etc. Lo explica de la siguiente manera Helena Tornero:

(…) «Son muchos los que han intentado, a lo largo de la historia, hacer desaparecer el teatro. Pero el teatro lleva en sí, como el ángel caído, la semilla de la rebelión. Siempre está ahí, dispuesto a levantarse para luchar de nuevo. Si hay algún oficio artístico que sabe de caer y volver a levantarse, es el teatro. Es ese hijo rebelde que nos recuerda que no somos perfectos». (…)

No se acaba de entender muy bien ese artificio. Sí podemos comprender que la Eva de este Edén haga una defensa encendida de la lucha por los derechos de las mujeres (es cierto que la Biblia y la religión se lo ponen a huevo con esa metáfora de que la mujer nace de la costilla de Adán y toda esa parafernalia para salir corriendo), pero meter la reflexión del mundo del teatro dentro de la reescritura del «Paraíso Perdido» es francamente jugar al despiste trilero. Y más todavía cuando esta reflexión llega desde un teatro público como lo es el María Guerrero, plataforma para privilegiados dentro del mundillo teatral, y no desde una sala más periférica o marginal del entramado teatral.

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En el apartado interpretativo, el peso de las miradas recae, por su potencia artística, en Pere Arquillué que se mete en la piel de un Dios soberbio, mezquino, poco compasivo. (Créannos que cualquiera podría pensar que este Dios tiene cuentas opacas en otros paraísos, no perdidos, sino fiscales). Arquillué da el tipo y convence con su gestualidad y su descomunal dicción. El otro papel protagonista, el de Satanás, que encarna Cristina Plazas, nos convence menos. Hay un punto de recitado más automatizado, más monótono, de interpretación menos brillante, menos apabullante, o al menos así lo hemos percibido nosotros. El resto del reparto está equilibrado.

Por otro lado, destaca, de forma sobresaliente, la aportación de Jaume Manresa en el apartado de música original y creación del espacio sonoro, pues nos imbuye en una extraña mezcla de sortilegio gótico que remueve en la butaca y mejora el montaje. Sobradamente eficaz la propuesta de escenografía y vestuario de Beatriz San Juan.

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Podemos encontrar ecos de Milton en las premisas de obras y géneros tan diversos como el cine, la literatura o la pintura. Obras como las novelas de la serie «La materia oscura» de Philip Pullman, la novela gráfica «Sandman» de Neil Gaiman,  o «El cuento de la criada» de Margaret Atwood pasando por pintores que van desde John Martin hasta Damien Hirst.

La riqueza del poema de Milton extiende sus tentáculos hasta nuestros días y tiene asegurado el seguir haciéndolo, al menos, hasta que a un Dios se le ocurra crear a un hijo por Inteligencia Artificial y todo deba ser recontado de nuevo. El poema, pasados más de tres siglos desde su escritura, se confirma versátil, adaptable y por encima de todo dúctil pues les aseguramos que esta producción le imprime algunas deformaciones, sí, pero el metal forjado por Milton admite grandes deformaciones mecánicas, en frío, siempre sin llegar a romperse.

PARAÍSO PERDIDO

PUNTUACIÓN:  3 CABALLOS (Sobre cinco).

Se subirán a este caballo: Quienes deseen acercarse a una reactualización del poema de Milton.

Se bajarán a este caballo: Aquellos/as que no encajen algunas deformaciones sobre el material de origen.

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FICHA ARTÍSTICA

Texto

Helena Tornero

Dramaturgia

Andrés Lima y Helena Tornero

Dirección

Andrés Lima

Reparto

Pere Arquillué (Dios), Maria Codony (Muerte), Rubén de Eguía (Adán), Laura Font (Culpa), Lucía Juárez (Eva) y Cristina Plazas (Satanás)

Escenografía y vestuario

Beatriz San Juan

Iluminación

Valentín Álvarez (AAI)

Música original y espacio sonoro

Jaume Manresa

Vídeo creación y post producción

Miquel Àngel Raió

Caracterización

Cécile Kretschmar

Ayudante de dirección

Laura Ortega

Ayudante de vestuario

Amaranta Albornoz

Realizaciones

Pascualín Estructures (escenografía), Goretti Puente (vestuario)

Coproducción

Centro Dramático Nacional, Teatre Romea y Grec 2022 Festival de Barcelona

Fotografías

David Ruano

Diseño de cartel

Equipo SOPA

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Una crítica de Mi Reino Por Un Caballo

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