Oscar quiere ser una cigala. Tópicos sin sátira.

Oscar, un joven de clase media, está dispuesto a hacer público frente a su familia que él no se siente cómodo con su rol de género y que lo que quiere es ser una cigala. Así se lo cuenta a sus padres y a su hermano en casa.

Este es el arranque de la obra «Oscar quiere ser una cigala» que puede verse en el Teatro Galileo de Madrid.

Con texto de Luis Enrique Montero y dirección de Alberto Sabina, se nos detalla en el programa de mano que esta es «una historia familiar sobre la tolerancia y el rechazo, la doble moral, el amor y el poder de construir y destruir…» Hasta ahí todo parece sugestivo.

Antes de acercarnos a la propuesta, si de ella nos llamaba algo la atención, era precisamente el sustrato de la historia: la disforia de género y el tinte cómico metafórico que, supuestamente a priori, parecía contener la obra.

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Hablar de transexualidad es importante porque visibiliza y porque normaliza y el teatro puede, y debe, ser un artefacto a menudo incómodo dispuesto a transfigurar, a re connotar la realidad, a trabajar para darle voz a los débiles, a los excluidos, para contestar y denunciar al poder y, eso, se puede conquistar tanto desde el drama como desde la comedia.

El problema de «Oscar quiere ser una cigala» es su exceso de parodia y su escasa dosis de ambición. No se construye aquí un relato sólido sino más bien un juego familiar que se queda en farsa, es esqueleto sin apenas pellejo.

No hay hondura poética en las imágenes que desfilan por la obra y, al final, la historia nos conduce casi más al relato de una familia mal avenida que al de la parábola de los entresijos del cambio de sexo (o en este caso, de especie).

Nos preguntamos por qué la elección de la cigala. ¿Por qué no una cigüeña o una salamandra?, por poner solo dos ejemplos. Estamos convencidos de que tendrá su lógica pero, ciertamente, hay otros animales que quizá se prestasen a una poetización que hiciese elevar la obra más allá del disparate o de lo lúdico. Pensamos, por ejemplo, en el pez payaso en el reino animal y sabemos que este pez nace siendo macho pero se puede transformar en hembra en su etapa como adulto. «Oscar quiere ser un pez payaso». No suena igual, es cierto. ¿O sí? Quizá el autor leyó aquella frase de Mihura que decía que «un niño es un cangrejo que no se come, con cuatro patas menos que los cangrejos y que se asusta de las gitanas».

En la obra tenemos algunos elementos que se van desgranando:

Veamos. Sí, de acuerdo, hay unos padres que aceptan (en un plano) a su hija y, en otro plano del pensamiento, de la idea, la repudian (planos elaborados y diferenciados  visualmente por medio de la iluminación que son los que más risas arrancaban entre el público). Sí, hay un hermano que no sabe cómo querer, cómo tomarle afecto a la nueva identidad de su hermana, antes hermano, y se esfuerza por comprender, transigir, para lograr pasar a otra fase de aceptación y compromiso.

Una pregunta que se repite a lo largo de la obra es la de ¿cómo se quiere a una cigala? Que nos planteamos si será  la pregunta sucedánea que podría reemplazar a la de ¿cómo se quiere a un transexual? Umm… Mal asunto.

Cuando el final de la obra se acerca, la música y las coreografías toman el relevo precipitando la función hacia el exabrupto que es el paroxismo final: una suerte de «cigala ex machina» que no encaja dentro del festín visto hasta ese momento.

A «Oscar quiere ser una cigala» le falta ser más sucia, más sórdida, más canalla, más activista —porque esto último es más necesario que nunca— y parecerse menos, pero mucho menos, a un estereotipado álbum de tópicos que lastran las posibilidades que, a priori, se podrían explotar.

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El texto se hace recurrente y monótono; el conflicto es precario y no conduce a un lugar deseado o coherente. De las interpretaciones nos quedamos con Raúl Pulido, que da vida al hermano de la protagonista. Nos gustan sus tics, se mueve bien por el escenario y podría sacársele más provecho todavía si no fuera por las propias limitaciones de un texto al que le queda mucho por pulir.

Con todo, aceptamos cigala como animal de compañía tomando en cuenta un único sentido: que a la escritura de esta pieza le acompañe el intento, más o menos íntimo del autor, por adentrarse en la transexualidad y la denuncia de las intolerancias, como decía el folleto de la obra. Todo lo demás, es harina de otro costal.

Señalaba, de nuevo, Mihura, que «la sátira nunca podrá vencer al tópico, que es robusto y se alimenta bien». Nosotros sí pensamos que al tópico, siempre, se le debe tratar de vencer.

Oscar quiere ser una cigala

Autor: Luis Enrique Montero

Director: Alberto Sabina

Intérpretes:  Ángela Martín, Raúl Pulido, Mª José Palazón, Ana Cañas y Pablo Gallego.

Puntuación: 2 caballos.

Reseña de @EfeJotaSuarez

 

2 Comments

  1. Anteayer vi este espectáculo movido por recomendación de amigos que pertenecen a colectivos lgtbiq y no coincido mucho con usted. Pero para gustos, los colores.
    Sigo este blog desde hace tiempo y me gusta mucho lo que escribe y su forma de escribir, por lo que lamento tener que hacerle una corrección. En el programa de mano pone que el actor que interpreta al hermano mayor es Raúl Pulido.
    Tampoco creo que toquen muchos tópicos ni que caigan en la parodia. Pero ya le digo que esa es mi opinión.

    Aún con esto seguiré leyendo su blog. Enhorabuena por su trabajo!

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